Tensión, Resistencia Y Un Triunfo Inquebrantable.
El frío de la mañana calaba hasta los huesos. El cielo estaba completamente encapotado, y el viento, helado y cortante, hacía que la bufanda no fuera suficiente, Desde unas cuadras atrás, la movilización avanzaba con paso firme. No éramos muchos, pero éramos los necesarios. Al frente, los dirigentes sindicales cargaban los pliegos de peticiones con la misma solemnidad con la que se lleva un documento que representa años de lucha.
A mi alrededor, algunos compañeros frotaban sus manos para combatir el frío, mientras otros intentaban taparse con chaquetas desgastadas. “Hoy es un día importante”, me dijo Gloria, una funcionaria administrativa ya entrada en años y de cuerpo desgarbado, mientras ajustaba su pancarta que decía: “Negociar no es mendigar”. Caminaba con el rostro serio, pero en sus ojos había fuego. Óscar, un joven técnico de archivo, caminaba en silencio, con la mandíbula apretada y los brazos cruzados. “Siempre nos ven como un problema, cuando solo queremos lo que es justo”, murmuró entre dientes.
Al llegar a la plazoleta de la Gobernación, la tensión se volvió aún más densa, a pesar del frío, la presencia de la fuerza pública nos hizo sudar de nerviosismo, los policías con rostros impasibles nos observaban desde las esquinas, algunos con las manos en el cinturón, cerca de sus radios. Nos vigilaban como si fuéramos delincuentes y no trabajadores exigiendo derechos.
A las 10:15 a.m., el viento arreciaba, pero nadie retrocedía, el sonido de los tambores retumbaba contra las paredes de la Gobernación y las consignas se mezclaban con el ulular del viento. “Si no hay justicia, habrá resistencia”, coreamos con fuerza, mientras los dirigentes sindicales se preparaban para entrar al edificio.
El momento de la incertidumbre
El reloj marcaba las 11:40 a.m. cuando ocurrió lo inesperado… desde la entrada de la Gobernación, un funcionario salió con una carpeta en la mano y se acercó rápidamente a Mabel, una de las líderes sindicales. Le susurró algo y vi cómo su expresión cambiaba en segundos. Su mirada se endureció, su respiración se hizo más pesada. Se volteó hacia nosotros y, con un tono de incredulidad y rabia contenida, anunció:
—Nos dicen que hubo un problema con la recepción de los documentos, que no encuentran a la persona encargada de recibir los pliegos.
El frío pareció hacerse más intenso, nos miramos unos a otros, esperando que alguien dijera que era una broma. ¿Un error administrativo o un intento de sabotaje? ¿Casualidad o estrategia?, El viento sopló con fuerza, arrastrando algunas pancartas caídas. Doña Marta, la empleada que había limpiado oficinas por más de dos décadas, apretó los dientes. “¡No nos van a borrar!”, gritó alguien desde el fondo.
Mabel respiró hondo, como si estuviera conteniendo una tormenta interna.
—Si no hay quién los reciba, los entregamos nosotros mismos en cada dependencia; No nos vamos sin radicación.
Fue una orden, sin dudarlo, los delegados se miraron entre sí, asintieron y, con los pliegos en mano, cruzaron las puertas de la Gobernación con paso firme. Afuera, todos conteníamos la respiración, El frío ya no importaba, la tensión era suficiente para erizar la piel.
La victoria inquebrantable
Minutos que parecieron horas pasaron en un tenso silencio, nadie hablaba, solo se escuchaba el ulular del viento y el leve murmullo de los policías por radio, yo me frotaba las manos, pero no por el frío, sino por la ansiedad.
Entonces, pasadas las 12:30 p.m., las puertas del edificio volvieron a abrirse, los delegados salieron con los pliegos en alto, ya sellados y radicados oficialmente.
El grito de victoria fue inmediato. “¡Sí se pudo, sí se pudo!”, coreamos con tanta fuerza que el eco rebotó en las paredes de la Gobernación, Óscar levantó el puño al aire, Don Álvaro golpeó su bastón contra el suelo con orgullo, y Gloria alzó su pancarta con más fuerza que nunca.
Mabel tomó el megáfono, su voz temblaba, no de miedo, sino de emoción contenida:
—Hoy ganamos una batalla, pero la lucha sigue, no pararemos hasta que estos derechos sean una realidad.
La negociación colectiva no es un favor ni una dádiva, es un derecho conquistado con sudor y organización. Y si algo quedó claro esa tarde nublado, es que cuando los trabajadores se unen, no hay obstáculo que pueda detenerlos.